Las dolencias que ocupan los primeros lugares en las estadísticas de mortalidad en el mundo están marcadas por diferentes factores de riesgo; pero cada vez se ve con mejor claridad el papel que desempeñan los hábitos alimentarios en su aparición, de ahí que puedan ser poderosas herramientas en su prevención.
El cáncer es una de las enfermedades con mayor índice de mortalidad en el mundo. En la actualidad trata de competir por el primer puesto con las cardiovasculares.
Es una enfermedad multifactorial, cuyo proceso es complejo y prolongado. Se caracteriza por el crecimiento y multiplicación sin control de células anormales, bajo el efecto de factores internos como hormonas, el estado de inmunidad o la historia genética familiar, o por la influencia de factores externos como sustancias químicas, radiaciones y virus.
En condiciones normales, el proceso de división celular se encuentra bajo control. Las células que mueren son sustituidas por nuevas; sin embargo, el proceso de carcinogénesis se inicia cuando agentes externos producen alteraciones irreversibles en la información genética de las células, al convertir genes normales de un individuo en los llamados oncogenes, responsables de inducir un cáncer. Este proceso se ha denominado iniciación tumoral.
Posteriormente algunos factores medioambientales hacen que estas células con información genética alterada se desarrollen y multipliquen, fase conocida como promoción tumoral.
Cuando un tumor se convierte en maligno, puede invadir tejidos adyacentes o diseminarse a través de la sangre hacia otros órganos. Estas localizaciones secundarias del cáncer reciben el nombre de metástasis.
Durante muchos años la ciencia ha trabajado arduamente para vencer terapéuticamente en la batalla con el cáncer; sin embargo, prevenir puede ser el as que permita ganarle la partida.
Vivir compartiendo estilos de vida más sanos en los que se incluyan buenos hábitos alimentarios, ejercicios físicos y otras acciones para evitar la contaminación ambiental, constituyen la clave para evitar esta enfermedad.
El efecto que puede ejercer la dieta sobre la salud y en particular sobre el cáncer es un aspecto que se viene estudiando desde décadas recientes, ya hoy confirmado.
En el hombre los hábitos alimentarios están relacionados con la diversidad de culturas, identidad de cada pueblo, estructuras sociales, religiosas, preceptos y tradiciones, elaboradas a lo largo de la historia. Las diferentes culturas han mostrado testimonios de alimentos que se aprecian cual un factor de riesgo para el cáncer, y cómo el bajo consumo o ausencia de otros garantizan de forma general una dieta sana y equilibrada para prevenirlo.
A fines de la década del sesenta se concluyó por primera vez que entre el 30 y el 70% de los cánceres se encontraban vinculados con la alimentación. Las investigaciones dirigieron entonces su rumbo a los inmigrantes, al relacionar el cambio de su modo de vida y sus hábitos dietéticos con la incidencia de cáncer.
Costumbres alimentarias de pueblos como el japonés o de algunas comunidades africanas con baja incidencia de cáncer de colon se relacionó con el bajo consumo de carnes rojas y el alto de fibras; sin embargo, en el caso de mujeres japonesas que partieron hacia otros países y abandonaron su alimentación tradicional, existía una mayor probabilidad de padecer cáncer de mama.
Los resultados de estudios con poblaciones vegetarianas de diferentes latitudes durante veinte años expusieron un menor riesgo para padecer cáncer, y poblaciones de mujeres vegetarianas que se trasladaron desde Asia o África oriental a Inglaterra, pero que mantuvieron su dieta tradicional con verduras y legumbres, presentaron menor riesgo de cáncer de colon, al compararlas con aquellas procedentes de las mismas zonas, pero que adoptaron la dieta occidental.
Otros datos que han ayudado a confirmar el papel de la dieta en la incidencia del cáncer han sido las observaciones realizadas en la población residente en Creta, al sur de Grecia, y en la parte meridional de Italia. En ellas habría una esperanza de vida entre las más altas del mundo, a pesar de sus limitaciones en los servicios médicos.
El llamado Estudio de los Siete Países realizado en la década del sesenta puso de manifiesto el papel del estilo de vida, el entorno y fundamentalmente la dieta en la salud de estas poblaciones. Por este estudio la dieta mediterránea se ha impuesto como patrón dietético, basada en frutas, verduras y cereales integrales como elementos protectores contra enfermedades crónicas no transmisibles, dentro de las cuales se encuentra el cáncer. Aunque la dieta mediterránea tiene alimentos propios de su entorno —el olivo, la uva y el trigo como sus representantes más significativos— ofrece los productos clave que pueden encontrarse en otras fuentes, pero que indican lo que no debe faltar en una alimentación equilibrada, agradable, sana y con elementos protectores para evitar la enfermedad.
Todas estas observaciones realizadas en el transcurso de la historia y en diferentes países le han permitido a la demografía confirmar que los emigrantes que cambian sus hábitos de vida tienden a adoptar el patrón del cáncer del país de acogida. Es por ello que se dice que los hábitos de vida de los habitantes de un país determinan el patrón de cáncer de su población.
La dieta oriental, en la cual se incluye la cocina china, japonesa, india y tailandesa tiene propiedades protectoras, y aunque todas tienen sus particularidades, comparten características similares. Clave de esta dieta es el consumo diario de legumbres, arroz, poca carne y dulce, muchas verduras, así como bajo contenido en grasas y abundante fibra.
La dieta occidental tiene hábitos alimentarios que constituyen fuertes factores de riesgo, como el elevado consumo de grasa saturada, “alimentos chatarra” y carne roja o procesada. Por eso se ha descrito que la cultura occidental tiene un mayor riesgo de padecer cáncer de colon.
En esta dieta existe una mayor tendencia de las mujeres a sufrir cáncer de mama, que se ha relacionado con el elevado contenido en grasas de la dieta, de azúcares y harinas refinadas, con comidas rápidas y la presencia de edulcorantes, conservantes y aditivos alimentarios, productos con un alto contenido calórico que conllevan a una tasa elevada de sobrepeso y obesidad.
La comparación de estos hábitos alimentarios de la cultura occidental con otras más ricas en alimentos naturales como frutas, vegetales y legumbres ha mostrado una mayor incidencia de cáncer, particularmente de mama.
Un desequilibrio en la cantidad y calidad de los alimentos que forman parte de la dieta diaria conlleva a trastornos metabólicos como la obesidad, muy relacionada con enfermedades cardiovasculares, y en particular con el cáncer; pero importa saber que la obesidad se cultiva desde la niñez.
Si en edades tempranas no se consume una dieta variada, equilibrada y en cantidades suficientes para que aporte los nutrientes necesarios en el crecimiento y desarrollo, estaremos fomentando que el niño crezca con tendencia a ser un adulto obeso; sin embargo, nunca es tarde para adoptar nuevos estilos de vida. Aun en la etapa adulta se puede comenzar con patrones dietéticos sanos que nos protejan del cáncer.
El consumo regular de alimentos que de forma natural son ricos en antioxidantes como frutas, vegetales, granos integrales, legumbres y condimentos a partir de hierbas, está estrechamente asociado con beneficios para la salud. Las personas que consumen estos alimentos ingieren niveles variados de compuestos activos y protectores de fatales enfermedades.
Es importante comprender que la alimentación más saludable para el ser humano, el combustible que nos aporta mayor rendimiento y menor riesgo para la salud, es el que nos proporciona la naturaleza. Aprovechemos de forma sabia esta maravillosa fuente de vida.
Enlaces:
[1] http://saludvida.sld.cu/users/vivian
[2] http://www.sld.cu/saludvida/buscar.php?id=14801&iduser=4&id_topic=17
[3] http://www.sld.cu/saludvida/nutricion/temas.php?idv=7687#elemento